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El hambre, aquí en España, en el imaginario colectivo de muchos y en los medios de comunicación de todos, era algo tradicionalmente reservado para otros. El hambre la veíamos en las noticias, a la hora de comer. La veíamos, de hecho, mientras comíamos, hacíamos la digestión o eructábamos en el sofá.

41 internos del CIE de Aluche cumplen una semana en huelga de hambre para visibilizar su desprotección en tiempos de pandemia y denunciar el racismo institucional del estado. Nada es lo que parece en el interior de estas cárceles españolas para migrantes, las abyectas salas de espera de Europa.

En los comicios con mayor índice de participación desde 1989, la opción de redactar una nueva Constitución triunfa en el Plebiscito con un incontestable 78% de los votos. La nueva Carta Magna, que dejará sin efecto la de 1980, herencia de la Dictadura, será redactada por una Convención Constitucional popular y paritaria, un hecho sin precedentes en la historia.

Resulta difícil edulcorar lo sucedido en el continente americano durante más de cuatro siglos. Tragarse la historia de la expansión cultural, el progreso, la lengua, la fe cristiana, los animales de carga, la rueda, el papel o la pólvora. Hace falta mucho azúcar para que sepan bien 60, 70 u 80 millones de muertos.

Anthony Araya no se tiró al río, lo tiraron. No se precipitó desde lo alto del puente, lo empujaron. No estuvo a punto de morir, sino muy cerca de ser asesinado. La revolución chilena cumple este mes un año en marcha y tiene rostro de niño. Y de mujer. Y de mapuche. Hace tiempo que en Chile todos los días es octubre.

No debe ser fácil mirar a los ojos a tu mujer, acostar a tu hijo y ver en su gesto la mueca tumefacta del chaval de 17 años al que propinaste una brutal paliza hasta dejarle el cuerpo roto. Porque él también tiene un padre que se gana la vida como tú, haciendo su trabajo lo mejor que sabe.

Hoy todo pinta feo, todo huele mal, a chamusquina. Trump es candidato al Nobel de la Paz y hay dos por uno en mascarillas. Y en desalojos. Y en femicidios. Se ha hablado mucho del Brexit, pero el Brexit está en todas partes, el Brexit es todos los días. Podrán seguir negando el fuego, pero no las cenizas.

En una sociedad supremacista, racista en su sentido más estructural, la muerte de George Floyd debe enfurecernos y movilizarnos, pero el comportamiento de Chauvin, su impunidad, el abuso de su posición de privilegio, tiene que avergonzarnos, porque nos apunta como colectivo, nos señala directamente.

Después de los aplausos no hay nada, solo un vacío que se llena de vacío y un silencio espeso que se espesa. La nueva normalidad debe ser eso, actuar como si no existiera el virus y dejar de aplaudir los dos minutos que aplaudíamos cuando teníamos miedo.

Si algo está dejando claro este encierro prolongado es que estamos perfectamente preparados para estar solos, para vivir solos, pero no para morir solos. Cuando estas horas de violencia por fin amainen, quizás nos demos cuenta de que lo verdaderamente violento era vivir como vivíamos.

Hay quienes encuentran divertidas estas cuarentenas tan occidentales, plagadas de videollamadas al calor de la calefacción, de juegos de mesa rescatados para la causa, de forzadas convivencias familiares y de rollos y más rollos de papel higiénico con los que poder limpiarnos, al final del día, los restos de nuestros privilegios de clase.

Hoy no podrán hacerlos desaparecer, como lo hicieron entonces; no podrán meterlos debajo de la alfombra, ni arrojar sus cuerpos en medio del océano. Hoy todo eso no bastará, no funcionará. Hoy no podrán mirar hacia otro lado. No frente a tantos ojos abiertos.