HIPOCENTRO DE UNA REVOLUCIÓN

Mateo Lanzuela I Denís Lebón
Fotografía I Texto
Tembló Chile el 18 de octubre como había temblado antes pocas veces. De abajo hacia arriba, que es como tiembla, al fin y al cabo, en este mundo sísmico, toda materia terrestre. El epicentro fue una plaza, llamada después Dignidad, de la ciudad de Santiago. Las condiciones del pueblo señalaban directamente el hipocentro. Fue una liberación de energía acumulada. Un movimiento telúrico perfecto. Un estallido social, humano y poderoso que hizo tambalearse todos los cimientos.
La revuelta comenzó en las vísceras de la capital, por una subida de 30 pesos en el pasaje del metro. 30 pesos que pesaron tanto porque no eran solo 30 pesos. Eran más de 30 cosas. Eran al menos 30 años. 30 años desde la caída, vía Plebiscito, de Pinochet, pero no de sus leyes. A aquella sublevación popular se incorporaron pronto nuevas demandas, asuntos viejos: pensiones miserables, servicios elitistas, desigualdades insoslayables. Una ausencia total de dignidad. El clamor se volvió transversal y estalló, en fin, la primavera chilena. Desde arriba, que suele estar siempre demasiado lejos del suelo, no vieron venir el tsunami. Subestimaron primero el poder del levantamiento y después lo reprimieron con violencia. Era muy tarde. Ignoraban la fuerza insoportable que confiere el tener derecho.
Hoy se cumple exactamente un año del inicio de una revolución tan larga que dura todavía. De la jornada en que la lucha se hizo verbo reflexivo porque Chile empezó a mirarse en el espejo de su gente. Y se vio a sí mismo esquilmado, vapuleado, exprimido, hipotecado, endeudado, malvendido y abandonado a su suerte. Casi medio siglo llevaba pagando una deuda histórica contraída por terceros. Pero los morosos no eran ellos. Si hubo violencia aquellos días en el bando de los que resistieron, no fue más que la respuesta espontánea a tantos años violentos. La propia vida defendiéndose.
Dicen en la calle que aquel 18 de octubre Chile despertó de un largo sueño. Abrir los ojos no fue fácil. A muchos, incluso, se los arrebataron, los perdieron. El saldo de la represión, con toque de queda incluido, fue brutal. Se puede contar en mutilados, en heridos, en detenidos, en torturados o en muertos. Pero la llama del estallido dibujó también un horizonte nuevo. Los jóvenes ignífugos de la primera línea, que no habían nacido siquiera en el 88, votarán dentro de una semana en un nuevo Plebiscito a prueba de fantasmas.
Porque la primavera, la verdadera primavera, no ha hecho más que comenzar en Chile. Un país en el que, hace hoy un año, los desaparecidos y los que intentaron hacer desaparecer sin éxito, se reencontraron, se miraron a los ojos y se reconocieron. Y bailaron juntos la cueca brava, proletaria, del octubre rojo chileno. Estas 18 fotografías fueron tomadas allí, durante aquel estallido social que comenzó el día 18. Y están plagadas de flores de fuego. Tan frescas que todavía queman.