CHILE ENTIERRA A PINOCHET

Mateo Lanzuela
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Denís Lebón
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Mientras Valentina, Francisco, Cote y Constanza caminan por la calle en Madrid en dirección al Consulado, recuentan los sufragios en Australia. La opción del Apruebo ha arrasado ya en las urnas de Nueva Zelanda con un 93% de los votos y en Chile aún es noche cerrada. Todo sucede en el mismo momento, pero no a la misma hora. La jornada electoral más importante de este siglo para el país sudamericano, la del Plebiscito Nacional, está a punto de dar comienzo, pero ya ha concluido, en más de un sentido, antes de que los locales de votación abran sus puertas en el territorio de las 16 regiones chilenas. Tiene sentido que pase algo así en un lugar como Chile -uno de esos países que cargan permanentemente con su pasado a cuestas-, que sea difícil discernir con claridad dónde empieza y dónde termina todo. Si lo que sucede, lo que está aconteciendo, es el principio o el final de la historia.
Para Valentina es el principio. Nació en 1988, el mismo año que el pueblo chileno, por medio de otro histórico Plebiscito, aceleró la salida del poder de un Pinochet que aspiraba a perpetuarse en el puesto diez años más. La opción del No logró imponerse en aquella ocasión con un 56% de los sufragios. Era la primera elección verdaderamente democrática que se convocaba en el país desde el Golpe de Estado del 73. Votaron casi todos. Un 90% del censo convocado. Y triunfó el rechazo a la Dictadura. Hoy el Plebiscito es diferente, porque por primera vez en la historia del país, está formulado en positivo. Ya no se pregunta por la posibilidad de liberarse de algo, sino de construir algo nuevo.
A las 8 de la mañana, las 44.687 mesas electorales habilitadas para el Plebiscito se encuentran dispuestas en Chile. Las puertas del Consulado General en España, situado en la calle Rafael Calvo de Madrid, llevan ya cuatro horas abiertas. Hace frío y la fila para ejercer el derecho constitucional a voto es interminable. Recorre varias manzanas. El tiempo medio de espera que deben aguardar los chilenos residentes en la capital española para depositar su voto, bordea las tres horas. Francisco es uno de ellos. Tenía nueve años el día del histórico triunfo del No en el último Plebiscito. Recuerda perfectamente la campaña, las franjas publicitarias que dominaban la parrilla televisiva, los spots dirigidos a movilizar a los votantes partidarios de una y otra alternativa. Aquel “Chile, la alegría ya viene” que resonaba en las calles aquellos días. Y que no terminó de venir del todo. No hasta estos otros días. Es partidario del Apruebo. Procede de una familia tradicionalmente de izquierdas aunque su hermano -reconoce- votará esta vez por el Rechazo. Mientras las urnas comienzan a llenarse de votantes en Chile, llegan nuevos resultados oficiales del extranjero, de latitudes lejanas. Igual de contundentes que el primero. Exactamente igual de incontestables. En Australia (84,4 %), Japón (88,6%) y Corea del Sur (85,7%) han aprobado, con una mayoría aplastante, la redacción de una nueva Carta Magna. También la opción de que el órgano encargado de hacerlo sea una Convención Constitucional, es decir, 100% ciudadana, el otro motivo de la consulta.

Con el horario preferencial para el voto de las personas mayores ya en marcha en Madrid (una de las medidas especiales adoptadas con motivo de la pandemia) las calles chilenas comienzan a llenarse de votantes. La mayoría jóvenes. Muchos de ellos nuevos. La emoción y la expectación flotan en el aire. “Está viniendo mucha gente a votar con relación a las votaciones anteriores, las elecciones municipales y presidenciales. Ha habido algunas situaciones de colapso en los locales por las medidas especiales de la pandemia, pero se nota que la gente lo está viviendo como un proceso histórico, que lo percibe así. Hay sobre todo mucho público joven, muchos jóvenes que recién por primera vez votan. Está siendo muy masiva la concurrencia”, explica, a pie de urna, Felipe Sasso, secretario de mesa en un local de votación situado la comuna de San Fernando, en el centro del país.
A las 4 de la tarde, Constanza Portigliati, otra ciudadana chilena residente en España, logra depositar por fin su voto en el Consulado. Acaba de introducir en la urna las dos papeletas con las opciones “Apruebo” y “Convención Constitucional” marcadas con bolígrafo azul. Está emocionada, exultante. “Creo que este es un proceso que por primera vez unifica y da identidad y sensación de pertenencia a todos los chilenos. Creo que eso es lo más importante, que por fin todos nos sentimos identificados con el proceso y parte del cambio”, sentencia. La jornada electoral sigue transcurriendo con normalidad en suelo chileno, sin incidentes, mientras en Madrid continúa lloviendo.
El cierre de las mesas electorales en buena parte de Europa coincide con la llegada de los primeros votantes a la Plaza Dignidad, en el corazón de Santiago. Hace exactamente un año, el 25 de octubre de 2019, el lugar fue el escenario de la concentración más masiva que dejó el estallido social. Congregó a casi un millón y medio de personas solo en la capital. Y a al menos tres a lo largo de todo el país. Fue apodada “la marcha más grande Chile” y, para muchos, también el detonante de la consecución de este Plebiscito. Ningún otro día de aquella larga primavera se saldó con un mayor número de heridos. Pero esta vez los manifestantes no han venido a protestar, sino a festejar por anticipado la victoria que precede al escrutinio.



Exactamente igual que celebraba el triunfo del No, hace 32 años en la ciudad de Rancagua, el abuelo de Cote Quiroga. “Se lo llevaron a Comisaría por estar subido, festejando, sobre el caballo de O’Higgins. Estaba muy feliz ese día. Mi abuelo estuvo detenido un tiempo y creemos que fue torturado, pero nunca contó nada. Él era exonerado político, es decir, que por haber trabajado para el gobierno de Allende en Rancagua, después no lo dejaron trabajar en Dictadura. Por eso también, cuando yo era pequeña, nos regalaban visitas y allanamientos constantemente los pacos y los milicos”, rememora la mujer, de 38 años, mientras aguarda en una casa de Madrid, acompañada de cuatro compatriotas, los resultados oficiales del Plebiscito.
Cuando el escrutinio del Consulado General es por fin efectivo (3.193 votos a favor del Apruebo por 368 del Rechazo y 3.113 para la Convención Constitucional frente a los 389 de la Mixta), Plaza Dignidad comienza a adquirir ya el color de las grandes citas. La palabra “Renace” es proyectada en letras mayúsculas sobre la fachada de uno de los edificios contiguos. Se cierran las mesas electorales a lo largo de todo el país y comienza el recuento de votos. En Nueva Zelanda ya es día 26 y la fiesta del Apruebo no ha hecho más que comenzar en Chile.
Con el 27% de los votos escrutados, el presidente de la República, Sebastián Piñera, comparece frente al palacio presidencial de La Moneda. El triunfo del Apruebo y de la Convención Constitucional aún no es oficial, pero sí inevitable y efectivo. La melodía de la canción “El baile de los que sobran”, del grupo chileno Los Prisioneros, compuesta en 1986 y adoptada como himno popular de las protestas durante el estallido, se filtra desde una de las viviendas adyacentes a la plaza. Observando la estampa de la celebración ciudadana se diría que ya no sobran tantos en el baile. Que los que sobran son otros. O que la música hoy suena por fin diferente. El toque de queda cuenta hoy con un horario excepcional y se extiende en hasta la una de la madrugada en Chile. En Madrid está a punto de amanecer de nuevo. Es difícil saber si es así como empieza la historia o como termina.



El fin de la Transición
Existen dos factores que confieren una dimensión histórica a los resultados arrojados ayer por el Plebiscito Nacional celebrado en Chile. El primero, claro, guarda relación con la extraordinaria importancia que supone la aprobación de la reforma integral de una constitución heredada directamente de la Dictadura, así como del órgano elegido para redactarla, una Convención Constitucional. La segunda, y no menos importante, tiene que ver con lo numérico, con la incuestionable legitimidad que aporta al proceso constituyente que hoy comienza la cifra histórica de participación (la más alta tras el fin de la Dictadura) y lo rotundo de los resultados en todas sus líneas. Es difícil no hablar de mayoría aplastante con un 78,3% de los electores votando por la opción del Apruebo. O no referirse a un Plebiscito legítimo con 7.562.173 personas acudiendo a las urnas a votar en plena pandemia. Nunca, de hecho, había concurrido tanta gente a unos comicios desde que el voto es voluntario en el país, en 2012. Ni tampoco antes. Porque el índice de participación (cercano al 51%) sí que había llegado a alcanzar cotas mayores en el pasado, pero en términos absolutos jamás tantas personas habían ejercido su derecho constitucional en Chile un mismo día.
El triunfo del Apruebo no solo fue incontestable, sino también transversal. La opción fue la más votada entre los integrantes de todos los grupos etarios, la preferida en todas las regiones del país y la ganadora – se dice pronto – en 341 de las 346 comunas que conformaban el universo electoral. Tan solo en Colchane (Tarapacá), la Antártica y el tridente conformado por Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea (en la Región Metropolitana), lugar de residencia de los sectores más poderosos y acomodados del país, recibió mayor número de sufragios la alternativa del Rechazo. Los jóvenes de entre 18 y 34 años (motor auténtico del estallido), las mujeres y los ciudadanos pertenecientes a estratos socioeconómicos más bajos, se decantaron por el Apruebo, según los sondeos de la agencia Cadem, en promedios superiores, en todos los casos, al 80%.
Pero si bien el triunfo del Apruebo, encuestas en mano, parecía cantado; más dudas generaba la elección del órgano encargado de redactar la nueva constitución. La posibilidad de que los votantes del Rechazo pudieran elegir también si preferían una Convención Constitucional o una Mixta para tal efecto, no solo generaba suspicacias, sino que también estiraba el suspense. Con un 78,9% de los votos, la Convención Constitucional terminó imponiéndose, situando de paso al país a las puertas de otro acontecimiento histórico. Y es que jamás un órgano integrado por ciudadanos elegidos exclusivamente para esa función, escrupulosamente paritario y votado de forma directa, ha sido el encargado de redactar una Constitución en ningún lugar del mundo.



Una Convención integrada por 155 miembros elegidos en las urnas por el pueblo chileno el próximo 11 de abril de 2021, que dispondrán de un plazo de seis meses, prorrogable tres meses más, para elaborar el texto de la nueva Constitución del país. Las disposiciones del borrador final, que deberán ser aprobadas por al menos dos terceras partes de los constituyentes, serán sometidas a un referéndum final de voto obligatorio que deberá contar, necesariamente, con el respaldo de más del 50% de los electores. Solo entonces, y en un plazo de 10 días, entrará en vigor la nueva Carta Magna.
El camino que conduce a la aprobación de la cuarta constitución política del pueblo chileno, que no estará vigente hasta 2022, es todavía largo y plagado de interrogantes. Romper definitivamente con el espíritu de un texto fundamental heredado de la Dictadura e influenciado por los postulados neoliberalistas de la Escuela de Chicago, se antoja ya como el más difícil de los desafíos. El papel hasta ahora subsidiario del Estado, embrión de las principales desigualdades que dominan el país, su nulo intervencionismo y su falta de atribuciones y competencias en asuntos de interés general como la prestación de servicios esenciales o la distribución de los recursos, deberá ser necesariamente evaluado. También el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas (ausente en la actual constitución), la privatización de los recursos básicos o el grado de sometimiento del conjunto del país a las leyes del mercado, entre otras muchas materias. Solo entonces habrá culminado verdaderamente la transición en suelo chileno, cuando la constitución de Pinochet quede también enterrada.


