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Reconocer el hambre

RECONOCER EL HAMBRE

Mateo Lanzuela

Mateo Lanzuela

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Denís Lebón

Denís Lebón

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“¿Te di arroz, lentejas, macarrones y leche?”. La enumeración resuena en el interior de la nave industrial como una vaga letanía. “Sí”, contesta la mujer, bajando la mirada al suelo. “¿Sois seis en casa, verdad?”, interroga de nuevo la voz procedente del local. “Sí”, responde otra vez la joven, casi musitando, sin apartar la vista del bordillo. Son las siete de la tarde en el polígono industrial de O Ceao, en Lugo, y está anocheciendo. Es martes y es otoño. En la calle el tumulto es evidente. La ordenada fila de personas recorre varias manzanas. Abdul supervisa la mercancía. Brígida solo espera. La cola que se dibuja frente a la sede de la asociación Aviva, encargada de repartir los productos del Banco de Alimentos, es un crisol heterogéneo de nacionalidades, edades y sexos. Un reflejo de este tiempo. Hay kazajos, dominicanos, marroquíes, españoles, chinos y turcos aguardando su turno a la intemperie. Lucenses nuevos, con diferentes pasaportes, que llegaron ahora; y viejos lucenses, de campo y de ciudad, que nunca se fueron. Hay parejas de jóvenes y parejas de ancianos y jóvenes y ancianos sin pareja. Hay familias numerosas y menores solos. La estampa es transversal. El hambre también lo es.

De entre las torres de cajas de productos no perecederos, perfectamente alineadas en la nave contigua, irrumpe de pronto la menuda silueta de Amadora Núñez. Es la presidenta del Banco de Alimentos de Lugo. Lleva media vida repartiendo comida a familias con urgencias alimentarias. En junio cumplió sesenta años. Su primera sentencia, una vez acomodada frente a una vieja mesa de escritorio que hace las veces de despacho, es también un reflejo de este tiempo. Va dirigida a los escépticos. “Los que dicen que hay gente que viene a pedir comida y no la necesita, están mintiendo. La gente no hace una cola durante dos horas y media con este frío para conseguir algo que no necesita. Aquí damos comida, alimentos. Si diéramos trajes de Dolce y Gabbana o Toyotas, ahí sí que vendría gente que no lo necesita. Aunque no tuviera dinero luego para echarle gasolina al Toyota. Pero los que vienen a buscar comida es porque necesitan comer ahora”.

Desde que comenzó la crisis sanitaria, y en consecuencia, la crisis económica, el pasado 14 de marzo, la AVA, Asociación Vecinal de Aluche, entrega más de 40 toneladas de alimentos y atiende a 750 familias al mes. 14 de noviembre 2020, Madrid, España. © ISO 50 I Mateo Lanzuela

Comer ahora. Esa, y no otra, fue la principal preocupación de cientos de miles de familias españolas cuando la primera ola de la pandemia comenzó a causar estragos en la población. También el motivo que llevó a los miembros de la Asociación Vecinal de Aluche (AVA), en Madrid, a abrir las puertas de su despensa solidaria, una de las casi 60 que llegaron a estar en funcionamiento en toda la comunidad durante los meses más crudos de la emergencia sanitaria. Hoy, lastrados por la falta de voluntarios y la reducción de las donaciones, sobreviven apenas la mitad. “Cuando comenzó la pandemia, detectamos que realmente empezaba a faltarle comida a las personas de nuestro entorno y nos lanzamos a esta aventura increíble con ningún medio y la solidaridad de la gente, de pequeños comercios y de empresas. En el mes de marzo estábamos en un local pequeño de menos de 60 metros cuadrados y las personas se venían con sillas a las 3 de la mañana a esperar. La crisis era brutal, recibíamos a 700 personas o más, a 700 representantes de familias. La cola daba la vuelta al parque”, explica Francisco Rubio, vicepresidente de la Asociación de Vecinos de Aluche, plataforma integrada dentro de la red de ayuda mutua. Ocho meses después, en este sábado gris y lluvioso, el parque luce prácticamente igual que lucía entonces. Plagado de personas alineadas en filas y alienadas por el hambre. Un puñado de árboles desnutridos completan el paisaje.

La despensa solidaria de Aluche continúa funcionando, pero también ha tenido que reinventarse. Hoy atiende al mismo número de personas, pero de manera más espaciada. 380 familias cada 15 días. Un kit de productos no perecederos, una cesta de frutas y verduras y otra serie de productos complementarios como aceite, leche o huevos, conforman la ayuda alimentaria. Boris Glenni es el encargado de tomar la temperatura a los usuarios. Lleva poco más de un año en España. Como la mayoría de los voluntarios de estos servicios es, al mismo tiempo, trabajador y beneficiario. “Llegué de Perú el 26 de agosto del año pasado. Me vine por un tema de extorsión. Tengo un hijo en Chile que está allá con mi mamá. Y estando yo aquí sin trabajo oficialmente, tampoco podía ser indiferente a lo que estaba pasando. Así que me enteré de lo que hacía la asociación, vine y me inscribí. La verdad es que tengo una sensación de angustia por el tema que estamos viviendo, pero también mucha alegría por cómo se comportan los vecinos”, dice sonriendo. Sabe perfectamente que el hambre existe y a qué sabe el hambre. También que la solidaridad se construye siempre en sentido horizontal.

Tras ocho meses, la AVA ha logrado una gran coordinación. Al principio la gente llegaba con sus sillas a las 3 de la mañana para hacer la fila. Actualmente, dividen en dos grupos de 360 familias a las que atienden quincenalmente. Boris Glenni (d) toma la temperatura de los vecinos antes de que se registren. 14 de noviembre 2020, Madrid, España. © ISO 50 I Mateo Lanzuela

 

El hambre aquí

La historia de Amadora Núñez es también la historia del Banco de Alimentos de Lugo. Son materia indivisible. Por más que la presidenta se obstine en cerrar cada una de sus alocuciones diciendo: “No hay mucho más que contar, no tiene más historia”. Su historia (la de Amadora, la del Banco de Lugo) comenzó con un accidente laboral, en 1997: “Yo trabajaba en ese tiempo en el hospital y tuve un accidente de trabajo. Me quedé en una silla de ruedas y estaba desesperada, rabiosa. Hasta que de repente, un día me desperté por la mañana y me dije: ‘Lo que eres es una egoísta de mierda’. No podía mover las piernas, pero tenía una buena familia, un salario asegurado, tenía todo lo que necesitaba. Empecé a escribir a mano el anteproyecto de fundación sentada en mi silla de ruedas y aquí seguimos. No tiene más historia”, recuerda.

La historia cuenta también, sin embargo, que en los años de su fundación el Banco de Alimentos de Lugo atendía tan solo a un puñado de familias. La crisis económica de 2008 alteró el panorama. Y la pandemia terminó redefiniéndolo por completo. “Las solicitudes durante la pandemia aumentaron un 100%, se duplicaron. Durante los primeros meses de confinamiento atendimos a más de 10.000 personas por semana. Eran 2.000 familias las que venían cada martes. Una persona por familia y cinco personas de promedio por unidad familiar. Nuestra delegación de la costa estaba como en 400 usuarios y pasó a 900. En Monforte de Lemos estábamos en 300 y ahora hay cerca de 700. Y aquí en Lugo ciudad pasamos de 800 familias a 1.500 en solo unos meses”, asegura.

El Banco de Alimentos, que además de su actividad directa con las familias dona comida a 54 entidades e instituciones benéficas de la provincia, está nuevamente al borde del colapso, muy cerca ya de las cifras de marzo. Las donaciones, explica Amadora, no se han resentido por el momento, pero la situación de vulnerabilidad de las familias ha vuelto a quedar al descubierto. Los datos hablan por sí mismos, chillan. En la ciudad de Lugo, una de las capitales de provincia españolas con el metro cuadrado más barato y unas de las condiciones de habitabilidad más accesibles de toda la península, aproximadamente el 8% de la población recibió durante este año ayuda alimentaria. Eso es mucha gente. Eso es mucha hambre. La situación es similar en el resto del país. La Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL), que brindaba soporte alimentario antes de la crisis de la Covid-19 a 1.050.000 personas, llegó a recibir durante los meses centrales de la pandemia las solicitudes de un millón y medio. Hoy distribuye comida a 1,8 millones. Un 70% más que hace nueve meses. El futuro ya no es lo que era.

La Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL), antes de la pandemia asistía a 1.050.000 personas. Durante el pico de la crisis llegó a atender a un millón y medio y hoy atiende a 1,8 millones. Un 70% más. 14 de noviembre 2020, Madrid, España. © ISO 50 I Mateo Lanzuela

El futuro, que era ayer, pero preferimos pasarlo por alto, está dejando claro hoy que en España se pasa hambre. Que en España también se pasa hambre. Aquí y ahora. Por eso aquí y ahora, en el barrio de Aluche, los voluntarios reparten los lotes de comida a las familias bajo una lluvia intermitente. Hay paraguas, hay carritos, pero sobre todo hay personas debajo de esos paraguas y detrás de esos carritos de la compra. “Ha subido un poco la afluencia de personas en este último tiempo, pero todavía es admisible. Aunque no sabemos, realmente no sabemos, porque cada día que pasa es más larga la crisis. Como esto siga así, para hacernos una idea, en seis meses esto se acaba, no tenemos recursos, esto no es eterno. Como te decía al principio, a la gente le llamaba mucho la atención ver a gente en una cola desde las tres de la mañana, pero ahora ya nos hemos hecho inmunes a esto, nos hemos hecho inmunes al hambre”, manifiesta, apesadumbrado, Francisco Rubio.

La fachada del Área de Gobierno de Familias, Igualdad y Bienestar Social ha amanecido este sábado repleta de platos vacíos en señal de protesta. Las Asociaciones Vecinales y los trabajadores de las Despensas Solidarias han decidido denunciar así la inacción del ayuntamiento a la hora de atajar la emergencia alimentaria. Rocío Manzaneque, asesora del gabinete de dicha área, se defiende de las críticas: “Desde el 13 de marzo que estalló la crisis sanitaria y, como consecuencia, la crisis social, el ayuntamiento, hasta los datos más actualizados que tenemos, que es hasta septiembre (2020) ha atendido a 220.000 personas en todo Madrid. Tenemos 264 nuevos trabajadores sociales dedicados a atender esta emergencia alimentaria. Lo que nosotros pedimos a las despensas vecinales, a las redes vecinales, es que nos den los datos de las personas que atienden”, explica. Pero el argumento no termina de convencer a los voluntarios de la AVA de Aluche: “El ayuntamiento son todo palabras. Dicen una cosa y no la cumplen. Hay entidades que les han dado los datos de las personas a las que atienden y a esas familias no las han llamado desde los servicios sociales. Las han dejado desprotegidas, y luego dicen que se encargan ellos de todo. No reciben otras ayudas, o las ayudas que reciben son insuficientes. Estas personas tienen que comer todos los días. Es así de simple”.

 

La vergüenza ahora

Uno de los principales problemas que tiene el hambre, especialmente aquí, en Occidente,  es que no solo maltrata, sino que también estigmatiza, señala, clasifica y selecciona. Por muy transversal y muy externos que sean siempre los factores que la provocan. El hambre, en las sociedades más privilegiadas, suele avergonzar a las personas. No es el hambre en sí misma lo que avergüenza, es el hecho de reconocer que aquí también pasamos hambre, que yo, tú, él o ella, nosotros, no tenemos nada que poner hoy sobre la mesa. Porque el hambre, en el imaginario colectivo de muchos y en los medios de comunicación de todos, aquí en España, era algo tradicionalmente reservado para otros. El hambre la veíamos en las noticias, a la hora de comer. La veíamos, de hecho, mientras comíamos, hacíamos la digestión o eructábamos en el sofá. Y tenía otros rostros, estaba en otra parte. Pero ya no hay que buscar tan lejos. Basta con darse una vuelta por la ciudad, detenerse un rato en el barrio y observar. Y aún así no lo aceptamos, porque es más fácil negarlo, negarnos. Como se negaban todos aquellos emigrantes gallegos que cuando volvían de visita a Galicia en fechas señaladas, o por Navidad, no hace tantos años, lo hacían a bordo de coches carísimos que una vez terminadas las vacaciones devolvían a las empresas de alquiler. Y seguían deslomándose. El hambre representa todavía en este país tantas cosas de las que continuamos defendiéndonos que  es totalmente imposible que lleguemos a reconocernos sin reconocer que también aquí, en ocasiones, pasamos hambre.

“Nos dimos cuenta de que existía el estigma de la vergüenza y que las personas que venían aquí lo hacían totalmente tapadas, ni se les reconocía, con sus mantas…. Era una situación bastante patética, drástica, dramática y que yo creo que fue la que desencadenó el fenómeno de la cola del hambre. La gente no estaba acostumbrada a ver en su país este tipo de situaciones. Ahora, desgraciadamente, nos hemos acostumbrado. Los españoles no solo se avergüenzan más, sino que no vienen por vergüenza. Aquí estamos a 50 metros de la asociación de vecinos, que está en la espalda de una frutería. La frutería saca verdura y la fruta que no va a vender, la deja en un cubo. Nosotros hemos llamado a una señora y a un señor que se ponen aquí a rebuscar en la basura para decirles que les damos comida, pero por vergüenza no se quieren poner en la fila”, explican desde la AVA de Aluche. 

Una mujer fotografía los platos vacíos depositados frente al Área de Gobierno de Familias, Igualdad y Bienestar Social tras la protesta “Madrid pasa hambre” realizada por diversas Asociaciones Vecinales y Despensas Solidarias. Desde el ayuntamiento aseguran haber atendido a 220.000 personas desde que comenzó la crisis sanitaria. 14 de noviembre 2020, Madrid, España. © ISO 50 I Mateo Lanzuela

Tayra Ramos nació en Cuba hace 36 años. Es madre de dos niñas y, desde hace algunos meses, el número 400 del registro de beneficiarios del Banco de Alimentos de Lugo. Está en situación irregular y la ayuda que recibe representa un verdadero alivio: “Empecé a venir el 14 de julio y a partir de ahí he venido todas las semanas hasta el día de hoy. Me dieron una carta, presenté aquí mis documentos y empezaron a darme la ayuda, pero incluso sin documentos fui ayudada. Si no recibiera estas bolsas gastaría en promedio 12 ó 13 euros semanales. Me ofrecí como voluntaria para el Banco de Alimentos. No puedo trabajar y por eso solicité la ayuda. Si pudiera trabajar no la solicitaría”, asegura. Pese a la situación de emergencia en la que se encuentra hoy España, el despilfarro alimentario continúa siendo una práctica habitual en numerosas superficies comerciales. Desde el pasado lunes, y hasta el próximo 22 de noviembre, la Federación Española de Bancos de Alimentos se encuentra inmersa en la Gran Recogida 2020, una campaña de donación online a escala nacional concebida para paliar, al menos en parte, las consecuencias de la crisis alimentaria provocada por la pandemia. 

A las nueve de la noche, tras otra extenuante jornada de trabajo, Amadora se levanta de la silla y camina con dificultad hacia la puerta para echar el cierre a la nave industrial del Banco de Alimentos de Lugo. Entonces se sincera: “Ojalá que esto pueda desaparecer algún día. Como puedes ver aquí hay un premio Príncipe de Asturias de la Concordia (2012), allí hay un Gallegos del Año, aquí una Espiga de Plata”, dice, señalando con el dedo al hacerlo los diplomas que decoran las ajadas paredes del local. “Pero ojalá no tuvieran que estar ahí. Yo me iría más que contenta y feliz a mi casa del pueblo a ver cómo crecen los rabanitos. Estaría encantada de la vida de poder hacerlo. Porque nosotros no estamos aquí porque necesitemos una cuota de agradecimiento, estamos aquí con la voluntad de poder paliar situaciones graves. Tenemos más de 800 niños menores de 12 años. Si conseguimos que esos críos no noten tanto el miedo o la inseguridad de que papá y mamá se han quedado sin trabajo, que en casa no entra un patacón pero que hay comida y están juntos, no estropearemos el futuro de esos niños. Esa es nuestra meta. No tiene más historia”.